sábado, julio 28, 2007

Papá, yo se que Dios si existe.


La suave vocecita me saca de mi concentración con su afirmación. “Papá, yo creo que Dios si existe”. ¿De veras? Le digo sin mucho interés- ¿y cómo lo sabes? -le pregunto, – él continúa- “ Lo se porque me tocó mi hombro” En ese momento dejo lo que estoy haciendo y volteo para mirarle a los ojos, él me mira con seguridad, yo me siento un poco tonto por mi incredulidad- “la otra noche –continuó su relato– cuando iba al baño, sentí que alguien me tocó mi hombro, volteé a ver y no vi a nadie, pero no tuve miedo porque pensé que era Dios”

Rodeo a mi hijo con un abrazo, casi no puedo contener la emoción, en mis ojos aparecen unas lágrimas, a pesar de sus 5 años de edad él puede afirmar con certeza la existencia de Dios, ha sentido su toque, está completamente seguro que Dios si existe.

“Tienes razón— le afirmo — Dios existe y cuando estés en lugares oscuros o a solas recuerda que un día Dios te tocó el hombro” - “Está bien” - me dijo, se dio la vuelta y regresó a sus juegos.

Me quedé pensando en ese incidente, ¿Puede un niño de 5 años confiar completamente en la existencia de Dios? ¿Puede estar completamente seguro de haber sido tocado por Dios? La respuesta es Si.

Jesús, tomó a un pequeño a un día y dijo: En verdad os digo que si no os convertís y os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos. Así pues, cualquiera que se humille como este niño, ése es el mayor en el reino de los cielos. (Mat . 18:2-4 LBLA). Entiendo ahora lo que Jesús quizo decir y porqué tomó a un niño como ejemplo. Porque para disfrutar del Reino de los cielos tenemos que aceptar que Dios existe, sin prejuicios, sin cuestionamientos ni discusiones, ni mucho menos pruebas.

Un niño de 5 años puede percibir la existencia de Dios con humildad y de esa manera es capaz de compartir esa experiencia, pero los adultos muchas veces cerramos el corazón, la mente y los ojos a la presencia de Dios y desperdiciamos la oportunidad de sentir su toque sobre nosotros.

Ojalá todos fueramos como niños otra vez, para sentir a Dios tocar nuestro hombro.